domingo, 1 de mayo de 2011

Despertar con mal de amores


       Pig (tomó Rulium)

Hace horas ya que salí de la Corte del Rey Carmesí, supongo que debí haberme quedado dormido ante semejante presencia; una nueva falla onírica me hace caer frente al silencio que embarga al amanecer, debieron ser al menos las cuatro de la mañana cuando King Crimson decidieron retirarse, fatigados de velarme el sueño, sabedores de que habría de perderlo al primer atisbo de que me he quedado solo de nueva cuenta en la habitación. El calor exprime mi piel hasta dejar en ella el sabor salado que carga el mal de amores, ésa perra sensación que experimenta uno cuando la musa que tanto le roba el sueño yace distante, fría, altiva y esquiva ante las caricias que reclaman su inexistencia; su aroma insiste en no dejarla morir, pero, ¿qué se puede hacer cuando la musa se ha cansado ya de inspirar no más que vagas expresiones de un amor cada vez menos manifestable?
         La habitación entera apesta a llanto, a ése llanto seco que se aferra a las mejillas esperando humedecerse apenas el recuerdo toque a las puertas de una sesera carcomida hasta lo insufrible, empeñada en concebir soluciones y estrategias que de infalibles sólo tienen el adjetivo, pues al primer encierro en el ruedo se desmoronan, parecidas a las almas de ésas mujeres a quienes Stendhal recriminaba su renuencia a vivir amores ilícitos; sin embargo, ¿qué de lícito hay en el amor, cuando sabemos que se cuela por cada poro sin avisar y acaso pidiendo permiso a las entrañas? Nada, absolutamente nada; para amor lícito el único que vale es el platónico, sin dañar a los involucrados, provocando sólo el sufrimiento de aquel que decide padecerlo, pero siempre con el pleno conocimiento de dicho sufrimiento y antelando su llegada.

        
¡Despertar con mal de amores y a mitad de semana! Normalmente estaría planeando el siguiente movimiento para derrochar un nuevo fin de semana, pero heme aquí, rogando por una cura, pidiendo que se me arranque éste cáncer que nadie más que yo se ha procurado; pero es que al fin, el amor es así, no pide permiso: se apropia de quien le da asilo para luego exigir ser compartido cual gripa en pleno invierno. Peor aún, a diferencia de tal enfermedad, cuando uno contrae el mal de amores, no quiere descansar, le aterra quedarse dormido, espantar a los fantasmas y acoger a los demonios, pues sabe que en cuanto el Sol se asome por donde los ojos aún no alcanzan a llegar, lastimero y lascerante como un trago de fuego, despertará uno con la amargura que provoca ése maldito, ése maldito conocido como mal de amores.

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