Pig (Dosis de Orlando Brukowski)
-¿Cómo crees que suene el Sol? -Cómo el mar. -¿El mar? -Sí. Dicen que un
día se va a desbordar, va a inundar los planetas y fin de la historia.
Ella sonrió. -Que hermoso. -¿Sí verdad? -Sí, aunque, me suena a
traición. -Traición. -Sí, nos atrae y nos pone a girar, no podemos
escapar; nos en mantiene en balance, nos mantiene vivos, dependemos
irrevocablemente de él; pero si no existiéramos ¿qué sería de él? él
existe entonces para nosotros, en parte también depende de nosotros; y
un buen día simplemente decidirá desaparecer, extinguirse y extinguir
nuestras vidas junto con la suya. Que inconsecuencia. -Su inconsecuencia
es su divinidad. -Hoy se ve más pálido. -Un poco sí, no lo había
notado. Aunque el Sol no brillaba tan intensamente como antes, aún
causaba suficiente calor para que una gota de sudor cayera desde su cien
hasta el cuello, sobre su tatuaje. -¿Qué ave es la de tu tatuaje? -Te
lo he dicho mil veces, no te lo voy a decir otra vez. Su piel también se
veía más clara que de costumbre ese día, ¿o era el matiz que le daba el
tono de sol? Cómo saberlo, últimamente su mirada había estado apagada,
como si su espíritu hubiera menguado. Sus ojos seguían siendo verdes
pero no brillaban. Supongo que yo no tenía mejor pinta. Nuestro país
sumergido en la misma mierda, todos los planes se convertían en palabras
al aire, los nuestros y los de nuestros vecinos, nuestras familias; la
gente se separaba en vez de unirse. Nuestra realidad era absorbida por
la discordia, nuestra forma de vivir dejaba grietas por las que la
discordia, como la hoja del cuchillo que se clava en la espalda del
incauto, se deslizaba suave, pesada, veloz, eficaz. Se valía de las
diferencias para disimular las semejanzas, se disfrazaba de retórica y
de lógica para contaminar el espacio común entre nosotros; cultivaba la
violencia entre supuestos hermanos, entre supuestos amantes. Y justo
como nuestra ciudad, nosotros también éramos víctimas de la pálida luz
amarilla de este sol lúgubre, que no hacía más que provocar celos y
anunciar enfermedad. ¿Cómo habíamos llegado a esto? A ser tan ajenos
¿Alguna vez fue diferente? Ya no sabía. Nuestra vida juntos parecía no
ser más que una búsqueda eterna por cosas en común, por encontrar a una
pareja que había estado perdida desde el principio, un intento por
retener un alma por siempre en tránsito. -Voy por una cerveza ¿quieres
algo? -Naranjas. -¿Nada más? -Un poco de amor no me caería mal. -No
empieces por favor. -Clara -¿Qué? -Una cerveza clara para mí. -Ok.
Camino de regreso decidí hacer caso a su segunda petición y arrancar un
girasol de una maseta para llevárselo, esa flor siempre era apropiada,
sus ojos parecían uno. Cuando estaba a punto de tomarlo noté que algo se
movía, era un pájaro, pardo, muy pequeño, estaba atrapado, tenía restos
de una ala de mariposa que había comido recién, lo liberé de la hierba
pero no lo dejé ir. Noté que era idéntico al del tatuaje. -Es el
destino. Me dije a mí mismo y reí. -Es un gorrión. Me dijo una mujer
anciana que pasaba junto a mí. -No sabía, gracias. -Cuídalo, los
japoneses le dan gran valor moral. -No entiendo. -No sería difícil matar
a un ser tan pequeño e indefenso, con el puño podrías en este momento
apretarlo hasta que le reventara el corazón. Procurarlo y mantenerlo
vivo demuestra consciencia y madurez. Respeto por las cosas más ínfimas y
delicadas del mundo renueva nuestra visión de la vida. -Lo cuidaré
bien, gracias. Al entrar al edificio, noté justo que alguien había
pintado un gorrión en el arco de la puerta, como si quisieran anunciar
disimuladamente la secreta importancia del lugar. -Qué extraño. Pensé.
Entré a la casa y ella recibió al ave con demasiado amor, cerró todas
las ventanas para dejarlo volar, el pajarito se posó en la cabecera de
la cama; ella estaba fascinada con la nueva mascota. Se quedó pensativa
un momento y me preguntó: ¿-Cuándo crees que pase lo que hablábamos del
Sol? -Es una teoría, aunque sea verdad pasara hasta dentro de miles de
años. -No somos importantes para Dios. Somos tan insignificantes como
este pequeño amigo. Sonreí porque recordé lo que me había dicho la
anciana. -Olvidaste las naranjas. -Lo siento, traje esto a cambio. Le di
su cerveza y a la vez el girasol. Soltó 2 lagrimas y me beso, de la
misma forma espontánea solía hacerlo. Me quitó la ropa y se desnudó
lento, como también solía desvestirse. Nos tiramos en la cama y el
gorrioncito no se movió. Hicimos el amor como no lo hacíamos desde mucho
tiempo atrás. La amé, me amó. No sentía ya rencor, ni miedo, sus ojos
brillaban. Todo era bueno otra vez, era nuevo ¿era el fin de la
búsqueda? ¿El fin de tan largo viaje hacía el otro? -Mi gorrión. Le
dije. Dejo salir dos lagrimas otra vez y sonriendo acercó su boca para
besarme a la vez que el ave abría el pico para cantar. El sol brillaba
dorado. El pico se abrió más y más, la cabeza del gorrión se acercó a mí
y el resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió.