viernes, 4 de octubre de 2013

Así suena el Sol

Pig (Dosis de Orlando Brukowski)
 
-¿Cómo crees que suene el Sol? -Cómo el mar. -¿El mar? -Sí. Dicen que un día se va a desbordar, va a inundar los planetas y fin de la historia. Ella sonrió. -Que hermoso. -¿Sí verdad? -Sí, aunque, me suena a traición. -Traición. -Sí, nos atrae y nos pone a girar, no podemos escapar; nos en mantiene en balance, nos mantiene vivos, dependemos irrevocablemente de él; pero si no existiéramos ¿qué sería de él? él existe entonces para nosotros, en parte también depende de nosotros; y un buen día simplemente decidirá desaparecer, extinguirse y extinguir nuestras vidas junto con la suya. Que inconsecuencia. -Su inconsecuencia es su divinidad. -Hoy se ve más pálido. -Un poco sí, no lo había notado. Aunque el Sol no brillaba tan intensamente como antes, aún causaba suficiente calor para que una gota de sudor cayera desde su cien hasta el cuello, sobre su tatuaje. -¿Qué ave es la de tu tatuaje? -Te lo he dicho mil veces, no te lo voy a decir otra vez. Su piel también se veía más clara que de costumbre ese día, ¿o era el matiz que le daba el tono de sol? Cómo saberlo, últimamente su mirada había estado apagada, como si su espíritu hubiera menguado. Sus ojos seguían siendo verdes pero no brillaban. Supongo que yo no tenía mejor pinta. Nuestro país sumergido en la misma mierda, todos los planes se convertían en palabras al aire, los nuestros y los de nuestros vecinos, nuestras familias; la gente se separaba en vez de unirse. Nuestra realidad era absorbida por la discordia, nuestra forma de vivir dejaba grietas por las que la discordia, como la hoja del cuchillo que se clava en la espalda del incauto, se deslizaba suave, pesada, veloz, eficaz. Se valía de las diferencias para disimular las semejanzas, se disfrazaba de retórica y de lógica para contaminar el espacio común entre nosotros; cultivaba la violencia entre supuestos hermanos, entre supuestos amantes. Y justo como nuestra ciudad, nosotros también éramos víctimas de la pálida luz amarilla de este sol lúgubre, que no hacía más que provocar celos y anunciar enfermedad. ¿Cómo habíamos llegado a esto? A ser tan ajenos ¿Alguna vez fue diferente? Ya no sabía. Nuestra vida juntos parecía no ser más que una búsqueda eterna por cosas en común, por encontrar a una pareja que había estado perdida desde el principio, un intento por retener un alma por siempre en tránsito. -Voy por una cerveza ¿quieres algo? -Naranjas. -¿Nada más? -Un poco de amor no me caería mal. -No empieces por favor. -Clara -¿Qué? -Una cerveza clara para mí. -Ok. Camino de regreso decidí hacer caso a su segunda petición y arrancar un girasol de una maseta para llevárselo, esa flor siempre era apropiada, sus ojos parecían uno. Cuando estaba a punto de tomarlo noté que algo se movía, era un pájaro, pardo, muy pequeño, estaba atrapado, tenía restos de una ala de mariposa que había comido recién, lo liberé de la hierba pero no lo dejé ir. Noté que era idéntico al del tatuaje. -Es el destino. Me dije a mí mismo y reí. -Es un gorrión. Me dijo una mujer anciana que pasaba junto a mí. -No sabía, gracias. -Cuídalo, los japoneses le dan gran valor moral. -No entiendo. -No sería difícil matar a un ser tan pequeño e indefenso, con el puño podrías en este momento apretarlo hasta que le reventara el corazón. Procurarlo y mantenerlo vivo demuestra consciencia y madurez. Respeto por las cosas más ínfimas y delicadas del mundo renueva nuestra visión de la vida. -Lo cuidaré bien, gracias. Al entrar al edificio, noté justo que alguien había pintado un gorrión en el arco de la puerta, como si quisieran anunciar disimuladamente la secreta importancia del lugar. -Qué extraño. Pensé. Entré a la casa y ella recibió al ave con demasiado amor, cerró todas las ventanas para dejarlo volar, el pajarito se posó en la cabecera de la cama; ella estaba fascinada con la nueva mascota. Se quedó pensativa un momento y me preguntó: ¿-Cuándo crees que pase lo que hablábamos del Sol? -Es una teoría, aunque sea verdad pasara hasta dentro de miles de años. -No somos importantes para Dios. Somos tan insignificantes como este pequeño amigo. Sonreí porque recordé lo que me había dicho la anciana. -Olvidaste las naranjas. -Lo siento, traje esto a cambio. Le di su cerveza y a la vez el girasol. Soltó 2 lagrimas y me beso, de la misma forma espontánea solía hacerlo. Me quitó la ropa y se desnudó lento, como también solía desvestirse. Nos tiramos en la cama y el gorrioncito no se movió. Hicimos el amor como no lo hacíamos desde mucho tiempo atrás. La amé, me amó. No sentía ya rencor, ni miedo, sus ojos brillaban. Todo era bueno otra vez, era nuevo ¿era el fin de la búsqueda? ¿El fin de tan largo viaje hacía el otro? -Mi gorrión. Le dije. Dejo salir dos lagrimas otra vez y sonriendo acercó su boca para besarme a la vez que el ave abría el pico para cantar. El sol brillaba dorado. El pico se abrió más y más, la cabeza del gorrión se acercó a mí y el resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió.


1 comentario:

Cosmich dijo...

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