domingo, 13 de noviembre de 2011

En la Luna

Pig (comió Toxcituzin)

¿Por qué se nubla la visión de un astronauta, cuando vuelve por sus hallazgos hacia un territorio en donde la vida le palpita efectos mundanos sobre su espíritu?
¿Por qué no regresa convencido de que el suelo de arena brillosa a la que los perros le ladran por las noches desde la tierra es un espacio en el que puede plasmar su recuerdo más intimo?
En una soledad que propone desnudar su mente y calibrar sus sentidos, debajo de un material sólido que cubre su cabeza y también su cuerpo, si yo lo miro desde mi ventana y le pregunto a gritos -¿Qué se siente estar arriba?- Él, seguro me contesta a gritos que no lo sabe porque aún no ha descubierto cómo evitar el respiro de su propio vapor.




domingo, 17 de julio de 2011

Paso en falso a tres tonos (o El placer del amor imposible). Pt. 1

I. “The chase is better than the catch”

Pig (tomó Rulium)

Lento, pausado como el andar de la noche, transita el humo del cigarro, llenándome el rostro de sonrisa. Me detengo una vez más, el espejo tiene algo que decirme: ¿de qué te ríes? Diablos, no había pensado cómo contestar a tal pregunta; de cualquier modo, mi respuesta sería incluso más risible que el motivo mismo de mi risa –ja ja-: me río porque estoy atrapado, porque he caído, víctima del cálculo de riesgos, del tropezón con previa aceptación y a sabiendas del descalabro.

¿Quién no ha degustado las sales del peligro tocando a su puerta y aún así le ha dado la cara? Enfrentar así al placer es como jugar a la ruleta rusa: se le coquetea a la muerte, se acorta la vida, pero eso no importa, no, lo que importa es burlarse de uno mismo, mirarse con los minutos contados y derrochar gustosamente cada segundo. Bien, yo soy un tipo de ésa estirpe que se entrega a sus placeres hasta la burla (la ajena, la propia, da lo mismo); pocas veces puedo explicar con claridad qué es exactamente lo que me gusta de tales placeres, casi siempre por una arraigada repugnancia a ser catalogado como un simple hedonista, pero en el fondo, me regodeo en las causas que me llevan a buscar mis placeres y darles rienda suelta, pues en el efecto del placer me va la causa del agrado; por eso cuando alguien me pregunta por qué fumo, contesto con un jovial y tajante “porque me gusta” –ja ja-, pero poco han de saber esos defensores de la pureza del smog que el origen de cada golpe dado al tabaco está forjado en los largos dedos de Paganini ejecutando una de sus sonatas, en el “Claro de Luna” de Beethoven, en la profunda voz de Bob Dylan o la de Saúl Hernández, en las andanzas de Ixca Cienfuegos, en la atmósfera del Comala de Pedro Páramo, en la más aguda de las introspecciones de Hamlet, todos ellos convergiendo en una orgiástica bocanada de humo. Me encantaría poder contestarles alguna vez echándoles el humo a la cara, “interpreta mi bocanada”, pensaría, pero me basta con saber que tales placeres les están vedados –ja ja ja-.

Algo similar me sucede con Platón, en específico, con la visión platónica sobre el amor. El amor platónico es, a mi gusto, el mejor punto de origen para el amor mismo, para el amor libre; un amor hinchado de palabras pero falto de voz, sobrado de miradas pero ciego de fantasía, resignado a no salir de los confines de su cautiverio mientras es alimentado por la esperanza de poder ser, de poder existir. Antes de ésta noche, he tenido que confrontar en más de una ocasión ésta postura ante uno que otro defensor exacerbado de las tragedias románticas que argumentaba que el amor, para poder ser amor, debía sufrirse hasta el sopor, pero, pregunto yo, ¿acaso no es ya suficiente tragedia martirizar a la mente con la consideración de un posible rechazo? Algo hay de noble en el amor que hace que su carácter trágico sea perecedero, y eso es el reverso del rechazo: la aceptación, el anhelo ligado a la posibilidad de conseguirlo, y luego de conseguido, la oportunidad de gozarlo; hay que sufrirlo, cierto, pero no permanentemente, pues considero que la finalidad del amor, al igual que la de la existencia del ser, es la trascendencia: pasar de un amor platónico (mudo y cautivo) a un amor imposible (limitado pero sinceramente defendido) y, finalmente, a un amor libre (etéreo y delicioso).
Cuando aquel amor cobra voz y vida se habla, se canta, se rumora y deja que lo rumoreen, es contado de oído en oído pero no deja que lo griten, no, pues está consciente de que existe cierto riesgo de que se le niegue la posibilidad de ser, teme ser descubierto y reprobado por imprudente, porque casi siempre el amor llega al ser cuando éste se encuentra menos preparado para recibirlo, así que es mejor ponerle su traje de imposible y emprender la lucha por invertirlo, por darle vida, estimulado por la noción de que se está haciendo algo prohibido. En éste sentido expuesto, me declaro seguidor acérrimo del amor imposible, me fascina ligeramente menos que el amor libre, pero no dejo de disfrutar de su encanto, y es que a fin de cuentas, hasta el mismísimo Lemmy sabe –y lo grita con toda la potencia decibélica de su aguardientosa voz- que “la persecución es mejor que la captura”.

Paso en falso a tres tonos. Pt. 2

II. “Amor violento

Pig (tomó Rulium)

La conocí una noche de aquellas que uno de antemano sabe que no puede llamar “cualquiera”, ahí estaba con aparente indiferencia, sentada sobre las piernas de ése camarada que se levanta y hasta con abrazo me saluda; siempre imaginé un momento así con el canto disperso de las sirenas como música de fondo, pero no –aun hoy, luego de tanto tiempo transcurrido desde la noche narrada, no puedo evitar reírme de la escena, ¡ja ja ja y más ja!-, decía yo que no fue así, no hubo canto disperso y los asistentes distaban mucho de ser sirenas, sin embargo, la música de fondo estuvo a cargo de Los Tres, con Álvaro Enríquez a medio coro –parfait-, creo que una riña entre dos viejos amigos tenía lugar en ése mismo instante, pero a mí me venía importando un pito, pues ahí estaba yo a un extremo de la habitación, buscando en qué plática colarme, cuando topé con su mirada de frente, en el otro extremo, como si tratara de leerme la mente mientras yo intentaba aprehender toda la imagen: su cabello de ausente luz, sus labios de mucha conversación y poca palabrería, un punto luminoso a mitad de su rostro, y sus ojos –¡en verdad son Los ojos!-, esos ojos que sigo batallando por reproducir con exactitud en mi mente… un aquelarre de la belleza “cantándome un tiro” abiertamente (♫gastaría toda mi vida… y máaaaas♫).
 Todo lo que sucede en el entorno viene a pasar a segundo término, puede ser que haya platicado algo con alguien aquella noche, si fue así honestamente no lo recuerdo; en mí no hay palabras, en ella tampoco, en momentos así los ojos son adultos y los labios niños, y ambos sabemos que los niños no deben meterse en pláticas de grandes; por si fuera poco, el solo de guitarra de Ángel Parra viene a poner las cabriolas sobre el perro. Llego a quedarme inmóvil y sin saber cuál es el siguiente paso que marca el protocolo social para estos casos, además estoy bastante oxidado en estas cuestiones, “¿todavía se usará el ‘hola’?” me pregunto. Pero definitivamente, por protocolo o no, por ética tal vez, siempre respeto a la acompañante de un camarada.

Me complazco en intercambiar una o dos miradas más, pero es todo, no intentaré algo más y al parecer ella tampoco, así que opto por enterarme de los motivos y el desenlace de la riña entre los dos amigos, “ya que quiten a Los Tres”, digo, y al final termino por darle poca importancia al asunto de la riña, regreso a mi lugar, ya con otros ritmos y una nueva cerveza, por supuesto, pero me encuentro de nueva cuenta con aquélla mirada, inquisitiva, con la frialdad de quien pronto habrá de matar cuerpo a cuerpo a un inocente sin la menor sensación de culpa. Pasa algo que enciende las señales de alerta: me cambio de lugar y al notar que no la tengo a la vista, empiezo a buscar ansiosamente su mirada; luego de esto, el silencio aturde mi cerebro, observo a todos hablando pero no escucho, no puedo, trato de disimular llevándome la cerveza a la boca pero ya hace tres tragos que se terminó… algo ha pasado.

De repente, todo es interrumpido por apretones de manos, besos en la mejilla, abrazos y demás; ella, una amiga suya y los respectivos acompañantes, han anunciado que se retiran –para como estaban las cosas, yo debí haber hecho lo mismo-; veo que se despide, pero no de mí, me quedo callado y volteo a mi alrededor como buscando una explicación, quizá la haya, quizá no, pero hay algo seguro: ella tiene -siempre tiene- tiempo para una mirada más. Me desenvuelvo con estricto apego a nuestro acuerdo de “cero palabras”, pero involuntariamente levanto mi mano para moverla en señal de despedida mientras esbozo una sonrisita estúpida –ella también sonríe pero está lejos de parecer estúpida- y la veo salir de la habitación. “¿Por qué le sonreí?, debo haberme visto como un ñoño”, me reprocho. Las cosas han cambiado, ella ya no es acompañante de ése viejo camarada pero su presencia continúa; el entorno es poco alentador y -por conveniencia, no diré el lapso exacto- me limitaré a escribir que luego de “equis” tiempo y al escuchar nuevamente la canción que musicalizó aquél momento, puedo decir que le sonreí “porque un amor violento me deslumbró, un amor violento me fulminó”.

Paso en falso a tres tonos. Pt. 3

III. “Again”

Pig (tomó Rulium)


El placer que me generan la presencia del peligro y el riesgo, ha sido a lo largo de mi vida una de mis mejores técnicas para meterme en problemas; me recuerdo en una ocasión durante mi niñez –cuando más de una persona habría jurado que era incapaz de meterme en problemas- en la que estuve a punto de incendiar mi cama: era un invierno, de aquellos duros y en ése entonces extraños en la ciudad; aunado a esto, siempre he sido sumamente frágil de salud y extremadamente friolento, por lo que, para procurarme una noche de sueño tranquilo, encendí una vela y la coloqué bajo mi cama, aun sabiendo que aquello podía terminar mal… tuve la suerte de que mi mamá pasara a ver que ya me había acostado, de lo contrario, ésta anécdota no se habría sabido más que a través de mi epitafio. En fin, cuando mi mamá me preguntó por qué había hecho semejante tontería, le contesté que no lo sabía, pero era obvio que lo hice para sentir calor, además de que siempre he sido un pirómano en potencia, sólo que ahora canalizo mi manía quemando tabaco y, de vez en cuando, mota.

Ahora bien, pasando a asuntos de otra índole, hubo una ocasión hace ya algunos años en que quedé profundamente encantado con una chica, llamémosle S, y bien pude haber dejado las cosas tal y como estaban, encerradas en el sótano de la resignación, pero no, me atreví a continuar con el número, a emprender la persecución y regodearme en la captura, a tener gustos y disgustos, salir -como decimos los adictos al juego- “tablas”, para finalmente descubrir un rasgo de mi persona que me acompaña hasta la fecha: soy fanático de los amores imposibles; me motiva la imposibilidad, me mueve a analizarla y me entrego de lleno a la sensación de estar liberando al amor de su cautiverio. Los amores imposibles me gustan tanto porque puedo adjudicármelos cínicamente como un placer: el placer de vivir.

Después de aquella noche anteriormente narrada, cometí una de las mejores tonterías –si no es la mejor- de mis épocas recientes. Luego de la primera vez, la volví a ver tres o cuatro ocasiones más, bajo las mismas condiciones, saludo-mirada-silencio-mirada-despedida, hasta el punto en que mi forzada indiferencia no podía ya subsistir. Al igual que como sucedió con S, bien pude haber dado la vuelta, dejar a cada quien con lo suyo y emprender la retirada, pero al igual que como sucedió con S, rompí decididamente el silencio y le busqué la conversación –no en persona, claro está; recordemos las limitaciones del amor imposible-; la consecuencia fue que, como en el refrán, “me salió el tiro por la culata”, pues si lo que me propuse al buscarla fue llegar al convencimiento de que nada había de extraordinario en ella, terminé por descubrir que era una mujer sui géneris; existió desde el inicio una gran confianza y una soltura de ésas que pocas veces se encuentran en la vida.

Como dije al principio, me río porque estoy atrapado, porque me acomoda el lugar en el que estoy; impuntual como soy, estar enredado en un amor imposible es sumamente placentero, ambos estamos conscientes de que no nos encontramos en condiciones de jugar a ser libertadores; es como llegar tarde a la fiesta, pues se sabe que habrá que aguantar ciertas incomodidades, pasar desapercibido, no saber el chiste por el que todos ríen, pero al final uno siempre saldrá airoso porque ha caído a la fiesta en pleno apogeo y ante semejante ambiente, el resto es puro beneficio (véngannos tus reinas).

Al amor imposible es mejor llegar tarde también, pues el resto es pura maniobra para alcanzarle el paso a la otra persona pero dictando el ritmo a seguir; quien inspiró éstas líneas (no esnifeables pero vaya si me han acelerado) ni siquiera sabe de su existencia, y es que, así actúa el asiduo a los amores imposibles, con el sigilo de un gato y la precaución –no torpeza- de un bailarín novato en la pista de un cabaret. Aquellos que compartan éste placer, estarán de acuerdo conmigo en que urdir un plan dentro de un amor imposible es como moverse sobre una cuerda floja: siempre hay que cuidarse de no dar un paso en falso. A veces es conveniente alejarse un poco entre víctima y victimario, entre victimaria y víctima, pero nunca hay que dejar de recordarle al otro que uno anda al acecho; ella lo sabe, sabe cuidar de sus presos y procura dar atisbos de su presencia para luego impedirme que le siga el rastro; yo lo sé y desaparezco del mapa nocturno para luego dedicarle algunos párrafos… ¿volveré a verla alguna vez? Dudo mucho que cualquiera de los dos sepa la respuesta, pero ésa es la médula de un amor imposible, la incertidumbre, la posibilidad de que nunca exista es lo que lo mantiene en pie; así seguirá hasta que se pueda disfrutar un cuarto fragmento de ésta historia, aunque para mi pequeño disgusto, en ése entonces ya no habrá pasos en falso sino pasos seguros… es por eso que me fascina el amor imposible.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Encuentro

Pig (se dopó con Hamsycilina de 500)

Pues bien ahí estaba Rohan a 10 años de haber dejado de ver a Romina la chica de sus sueños, en un encuentro casual como de costumbre intercambiaron saludos y el clásico ¿cómo estás? que a veces ni se responde. Rohan ante la emoción de verla igual de bonita tal cual la recordaba la cito en un café con el pretexto de ponerse al día, ella acepto mientras se acercaba aquella despedida apresurada.
Al día de la cita Rohan llego caminando al lugar acordado, con un caminar que se acompañaba de una mirada perdida, fija hacia un punto cualquiera como si estuviera pensando algo profundamente cuando la verdad era que no sabía ni que pensar de la emoción y el nervio que lo agobiaba. Lentamente se acerco a la puerta del lugar hecho un vistazo al interior del lugar y ordeno una mesa para dos. Rohan sin saber donde acomodar las manos o que postura tomar vio pasar algunos minutos hasta que Romina "llego" hubo un saludo emotivo y tomaron asiento frente a frente en aquella mesa chica e intima, el ordeno dos capuccinos calientes, en lo que llegaban hubo comentarios sin sentido de como habían llegado al lugar, para que cuando los capuccinos estuvieran en la mesa comenzaran las preguntas que iniciaron el interés del encuentro
Rohan quiso comenzar y dijo:
"Gracias por aceptar y mas por venir ya que hay tantas cosas que cambian al paso del tiempo. Me case ¿sabes? tengo dos hijos, en el trabajo me va muy bien a mis niños no les falta nada y he realizado objetivos personales que me nutren mucho, pero a mi matrimonio le falta todo, mi cuarto es demasiado frió que no sé que es lo que me ata a seguir con una persona que no le nace ni preguntar ¿cómo me fue? después de un día de trabajo. ¿sabes una cosa? aun me pregunto ¿cómo sería mi vida si me hubiera casado contigo? sé que no hubieras aceptado, pero el día que te vi y me puse de acuerdo contigo para esta cita sentí los mismos nervios que tenia a mis 18 años y me disponía a cruzar el patio para entablar una conversación contigo.
Te amo... y no sé por qué, tal vez después de tantos años ya lo hubiera superado y debería madurar, pero no, tal vez después de ti nunca pude controlar el sufrimiento y volví a ser el mismo tonto que no se preocupaba por conocer a las personas que se acercaban a su vida y se quedaban en ella poco o mucho tiempo y así paso hasta que decidí seguir fingiendo y casarme en una relación auto destructiva. Y hoy este día, aun puedo decir con cinismo que no se qué hacer, si salir corriendo a buscarte en un intento del cual se la respuesta de lo que va a pasar o resignarme.

...Pero bueno no s si he hablado de mas mejor cuéntame que hay de ti"

Fue cuando Rohan alzo la cara y vio que el capuccino de Romina se había enfriado y había pasado hora y media divagando en un sueño porque Romina jamás llego a la cita ...


domingo, 1 de mayo de 2011

Despertar con mal de amores


       Pig (tomó Rulium)

Hace horas ya que salí de la Corte del Rey Carmesí, supongo que debí haberme quedado dormido ante semejante presencia; una nueva falla onírica me hace caer frente al silencio que embarga al amanecer, debieron ser al menos las cuatro de la mañana cuando King Crimson decidieron retirarse, fatigados de velarme el sueño, sabedores de que habría de perderlo al primer atisbo de que me he quedado solo de nueva cuenta en la habitación. El calor exprime mi piel hasta dejar en ella el sabor salado que carga el mal de amores, ésa perra sensación que experimenta uno cuando la musa que tanto le roba el sueño yace distante, fría, altiva y esquiva ante las caricias que reclaman su inexistencia; su aroma insiste en no dejarla morir, pero, ¿qué se puede hacer cuando la musa se ha cansado ya de inspirar no más que vagas expresiones de un amor cada vez menos manifestable?
         La habitación entera apesta a llanto, a ése llanto seco que se aferra a las mejillas esperando humedecerse apenas el recuerdo toque a las puertas de una sesera carcomida hasta lo insufrible, empeñada en concebir soluciones y estrategias que de infalibles sólo tienen el adjetivo, pues al primer encierro en el ruedo se desmoronan, parecidas a las almas de ésas mujeres a quienes Stendhal recriminaba su renuencia a vivir amores ilícitos; sin embargo, ¿qué de lícito hay en el amor, cuando sabemos que se cuela por cada poro sin avisar y acaso pidiendo permiso a las entrañas? Nada, absolutamente nada; para amor lícito el único que vale es el platónico, sin dañar a los involucrados, provocando sólo el sufrimiento de aquel que decide padecerlo, pero siempre con el pleno conocimiento de dicho sufrimiento y antelando su llegada.

        
¡Despertar con mal de amores y a mitad de semana! Normalmente estaría planeando el siguiente movimiento para derrochar un nuevo fin de semana, pero heme aquí, rogando por una cura, pidiendo que se me arranque éste cáncer que nadie más que yo se ha procurado; pero es que al fin, el amor es así, no pide permiso: se apropia de quien le da asilo para luego exigir ser compartido cual gripa en pleno invierno. Peor aún, a diferencia de tal enfermedad, cuando uno contrae el mal de amores, no quiere descansar, le aterra quedarse dormido, espantar a los fantasmas y acoger a los demonios, pues sabe que en cuanto el Sol se asome por donde los ojos aún no alcanzan a llegar, lastimero y lascerante como un trago de fuego, despertará uno con la amargura que provoca ése maldito, ése maldito conocido como mal de amores.

lunes, 18 de abril de 2011

El ladrón enlatado

 Pig (comió Toxcituzin) 

El ladrón fue puesto en libertad en 1982 en el álbum “Delay” de Can, Tom interpreta la frase ¿Por qué debo ser yo el ladrón? Y yo digo Thom tenía que ser ese ladrón, es un gran cover que lanzó Radiohead por primera vez en un concierto en Dinamarca el 8 de Septiembre del 2000 y se mantuvo en su setlist durante todo ese año y parte del 2001, Disfrutar es lo de hoy!


jueves, 31 de marzo de 2011

Sábado, diabólico sábado

Nota uno: la opinión sobre las bandas mencionadas a continuación es una mera percepción personal del autor de ésta reseña y no pretende ofender o infravalorar el trabajo de dichas bandas y sus miembros, el cual es muy respetable.
Nota dos: esto va dedicado a todos aquellos asiduos del stoner rock en México y por supuesto, a quienes hicieron posible la noche del 26 de marzo aquí citada, desde bandas hasta compañeros de juerga.


Pig (tomó Rulium)

Andando uno acostumbrado a la juerga y con un ánimo presto constantemente al regocijo y la camaradería, lo que menos viene importando es la sede que habrá de acoger a los más intempestivos apetitos, como aquel que se genera al encontrarse vagando en el cibermundo y leer "Stoner Explosion 5", recordando que ya se estuvo en la versión anterior de tan exquisito festín, es más, con el simple hecho de ver la palabra "Stoner" ya andaba yo haciendo uso de una gula cual mosca entre los desechos; el cartel lucía prometedor, pero el encabezado fue lo que magnetizó mis ojos por alrededor de cinco segundos; ahí estaba el nombre de la banda principal, leyenda viviente y pilar en México de lo que hoy se conoce, ya en su completitud, como stoner rock: El Diablo.

Entenderán ustedes, respetables lectores, que siendo yo un caguengue de apenas veintitrés inviernos, aún se me presentan bastantes "primeras veces" y ésta era una de ellas, la primera vez que vería a El Diablo en vivo y a todo fulgor, y como les iba yo planteando, lo de menos era el lugar, más aun cuando se tratara del Multiforo Alicia, pintoresco agujero que en algún tiempo mis padres tacharan de refugio de los renegados y los relegados… ¡bah! ¡Pinches fresas!, digo ahora cuando recuerdo sus palabras, pues luego de dos o tres veces de haber pasado asistencia en el citado recinto, ante mis ojos ya El Alicia (como lo conocemos sus cuates) había dejado caer su carácter mítico para mostrar orgulloso su desnudez de lugar místico; vaya, El Alicia cuenta con todas las credenciales para poder ser acreditado incluso como un sitio de mala muerte, ¡salud por eso!, pues irónicamente, es en los lugares y actividades llamados de mala muerte donde uno puede darse la buena vida; cierto es que al igual que muchos otros puntos de reunión, el abanico urbano que se puede apreciar hoy en día en El Alicia es tan amplio como el menú que ofrece la narcotiendita de la esquina, El Alicia tiene de todo y para todos pues, pero a fin de cuentas no es la materia que nos ocupa, lo importante, apreciables lectores, es que ahí andaba yo, acompañado de mi chica y cuatro entrañables asiduos al delicioso coctel preparado con rock de alto octanaje y alcohol, listos y puestos para saborear aquel manjar que se anunciaba en el menú del número 91-A de la Avenida Cuauhtémoc; así pues, vamos entrando en tonos.

Hay que aclarar algo:  a toda reunión o evento, siempre es bueno manejar con carácter intermedio la cuestión de la puntualidad, pues si bien queda mal parado aquel que llega a unos minutos de que termine el festín, queda igual o peor el que está desde minutos antes de que inicie  todo, por lo que, apegándonos a tal premisa y habiendo tenido que sortear algunos contratiempos, arribábamos al Alicia para cuando Goatzilla daba los toques finales a su posterior actuación; ahora, si bien la banda brindó todo de sí sobre el escenario, me parece que son una víctima más de la delgada línea que separa al hard rock del stoner rock, línea que ya ha hecho caer en su territorio a más de una banda dispuesta a entrarle con todo al stoner, pero aun así estos señores que antes se hacían llamar Desert Stone, fincaron en nosotros la deuda espiritual que contraíamos en ése momento con El Alicia: hospedaje, bebida y escena a cambio de presteza para no salir del lugar sin haber recibido al menos media estocada entre la razón y el instinto, o lo que es lo mismo: salir convertidos en mitad humanos, mitad bestias, puestos a merced de Satanás y sus cortesanos.

Hace calor, a diferencia de la edición anterior del Stoner Explosion, donde más de uno entró con mayor certeza de que se refugiaría del frío de la calle que de que gozaría el espectáculo que se ofrecía; momento más que idóneo para una cerveza que nos quitara el exquisito sabor amargo de los cigarros que acabábamos de incinerar; sobre el escenario, unos bien curtidos Dirty Woman comenzaban a tomar protesta de la autoridad que los dioses del rock les habían conferido ésa noche, abusando sin más preámbulo de ella para beneplácito de los asistentes, quienes dispuestos a no salir del Alicia en números rojos, dejábamos los tímpanos al aire libre para que se orearan con los vientos despedidos de monitores y amplificadores, sin embargo, tal como las veces anteriores que escuché a Dirty Woman, hay algo que me hace recordar al Iron Maiden de la época de Paul di Anno; digamos que si ése día Dirty Woman se hubiera jugado la vida y la única forma de salvarse fuera el deleite que su música y sólo su música pudiera generar entre la concurrencia, Dirty Woman habría salido bien librado sin problema alguno.

Para éste momento la hora es lo de menos, y no sólo para éste momento, sino para toda ronda nocturna emprendida decididamente como la de éste sábado; aún hay gente que llega, sin importar si se perdieron del entremés, reconozco entre los recién llegados a una ex compañera de martirio académico, pero ni la mínima intención de celebrar el reencuentro por parte de cualquiera de los dos bandos, ¿para qué?, si al fin ambos sabemos que una vez instalados en la planta alta formaremos parte de una misma secta, aquella cuyos miembros hemos accedido a ser testigos de la más dura prueba que una llamada banda de rock pueda enfrentar: ser una banda de stoner rock; pudiera pensarse que el lugar está medio vacío por la hora, pero eso es algo que fatuamente diría algún zopenco de mente cuadrada, cuya cortísima, por no decir ausente, visión metafísica no le da lo suficiente para saber que por ahí entre ésa parejita que degusta tremendo ensalivado con todo (y para comer aquí), seguro que anda Layne Staley, o que los espíritus de los miembros de El Ritual y Ciruela andan por ahí dándole gusto a las retinas con las novedades que el mercado de féminas ofrece; inclusive el espíritu de Tony Iommi, que ha dejado a su portador tomando el rocío de la mañana en alguna mansión en Birmingham o vayan ustedes a saber dónde, se ha dado cita ésta noche en el Alicia, pues igual que muchos otros de los asistentes, ha escuchado el rumor de que el tema de tesis de El Diablo habrá de causar polémica en las altas esferas del rock: invocación de dioses guitarrísticos de ébano (teoría y práctica).

Basta con que un imponente y aclamado "Patas" se acaricie por segunda ocasión la barba mientras lanza miradas de complicidad a Fernando y Víctor, con caras de "no nos va a rendir éste cuartito", para que las primeras palabras de la guitarra y el bajo se dejen escuchar por todo el recinto, y es que, han de saber ustedes respetables lectores, que para poder apreciar con plena propiedad el stoner rock, es necesario dominar el lenguaje de las cuerdas, dominio gracias al cual pude escucharles decir de manera mordaz y haciendo alarde de extrema seguridad en sí mismas: "¡vamos a desmadrar éste lugar!". De repente se asomaba uno que otro aroma castigado, pero eso sólo hacía que en el lugar imperara un ambiente de complicidad, pues ya de pronto nos encontrábamos propios y extraños mirándonos con caras de "de aquí no sale nada, ¿eh?" (y, sin embargo, heme aquí de pinche chismoso), pero los exponentes sobre el escenario apenas empezaban a calentar falanges y los asistentes acomodábamonos en nuestras respectivas nubes para iniciar el viaje de alrededor de quince minutos que una canción, Mirror Love, presentada por sus inventores como una pieza intencionalmente creada a semejanza del sonido de Su Majestad Kyuss, invitaba con lujo de guía de recorrido y aún había más…

Una chica al fondo se mira los dedos como preguntándose por qué no le responden, mientras a un lado de la barra una chica embarazada le empina ya su tercera León al niño para que de una vez se duerma y la parejita que hasta hace unos momentos se hacía acompañar por Layne Staley ha ordenado de plato fuerte un Faje al mojo de ojos; el poco extranjerismo que quedaba entre la concurrencia ha sido ya echado a patadas del lugar para hacerle cancha a compadrazgos y cabrones; de repente, un ligero silencio, lo suficientemente reverente para mostrar nuestro asombro cuando el vocero del Diablo hace ya la atenta invocación al dios de dioses, el amante preferido de las Stratocaster: Jimi Hendrix, amo y señor de la maroma mental a seis cuerdas, cuya protección y compañía habríamos de gozar por el resto del espectáculo. ¿Para qué les cuento si al final ni me van a creer lo que sucedió en ése momento, respetables lectores?, pero tengan la certeza de que hablo con la verdad cuando les digo que al menos unas tres cuartas partes de los asistentes aprovechamos la oportunidad que ante nosotros ponían El Diablo y Su Ilustrísima de poder cruzar cuantas dimensiones se nos hincharan los sesos, terminando de romperle la madre a la reducida noción del tiempo que quedaba en nuestras mentes; pensarán ustedes que lo que les comparto no es sino una mera travesía inducida por alguna sustancia psicotorcedora, pero no, lo que aquí he narrado es simplemente el mérito que le valió a El Diablo su título indiscutible como el mejor exponente del stoner rock en éstas tierras: lograr hablarle a las almas en el lenguaje ancestral de las cuerdas ásperas y crudas para decirles "sean ustedes bienvenidas a ésta, su humilde pacheca". De súbito, el examen había concluido y cualquiera pudiera decir que fue el final menos propicio para tan brillante noche, pero El Diablo sabe que en el rock, como en las artes amatorias, siempre es mejor dejar al prójimo deseando más.

Fue así como la comitiva con la que había yo llegado, se dispuso a partir, no sin antes capturar los codiciados recuerdos que nos acreditarán por siempre como testigos presenciales de un ritual bien llevado a cabo; así pues, nos apoderamos de las calles, empapados en endorfinas y sedientos de combustible, con las baterías a tope para resistir la perra noche y prestos a prepararnos para el siguiente encuentro, pues quienes nos hemos trenzado una primera, segunda o tercera vez con El Diablo a pedradas, cargaremos con el irreversible deseo de tomar una probadita más y ya.

Víctor, totalmente poseído
El Diablo, en el cabello del Patas
      



                              
                                     Fernando, invocando a Satanás

martes, 15 de marzo de 2011

Sombría perspectiva de una guitarra mexicana


Pig (comió Pillemce)

Sonidos intrínsecos sin lírica, escondidos en la modernidad. Pasajes totalmente violados que a la vez se encuentran inmaculados en nuestra identidad. Una identidad desprovista de su libertad, arrebatada por la historia formadora; engendro místico, lleno de vivacidad, hambriento de afección y felicidad, solitario ahí, esperando ser rescatado de entre el pavimento lúgubre y senil. Mal parido fuiste y al encierro te sometiste; es la crisis existencial que aún resistes. Pilar subordinado a la negación, enervas al corazón pero con miedo retienes a la razón. Miedo de no existir, de no encontrar ya en ti más que la forma de institución, aquella que fue seducida por el poder y la ambición. No te queda más que asomar tu verdadero sentir, triste alegría ahogada en alcohol, furia melancólica entre versos y color, aromas y sabor. Con ironía la muerte se apropió de tus andanzas, burla apasionada, reflejo de idiosincrasia: entre lágrimas defines, el significado de tu última esperanza.

Nacido en 1988

PIG (tomó Rulium)

>>Ésta historia está inspirada en un sueño provocado por la siguiente canción...


El vuelo desesperado de los pájaros que vorazmente buscan refugio entre los aires me despierta; el aire es frío, muy frío y desolador, un aire empujado por el torrente humano que agónico corre entre las calles que de niño me vieron correr hacia la gloria; me levanto de mi cama de concreto, de cuya miseria ni mis finas sábanas del New York Times me pueden resguardar; así es, tengo que enfrentar la inexpugnable verdad: estoy en la miseria, como la piltrafa miserablemente humana que soy.
         ¿De qué corre éste torrente?, y más relevante aún: ¿hacia dónde corre? Basta con mirar al cielo desalentador para saber que las cosas están peor que cuando el sueño inducido por el alcohol me venció anoche, aunque por la oscuridad que inunda mi despertar, no estoy plenamente seguro de que ya sea de día; aun cuando una anciana desesperada me grita que más vale alejarse de ahí antes de que vuelva a caer la noche, sigo sin convencerme, aturdido por una especie de resaca del alma.
         Tardo al menos unos diez minutos en caer en cuenta de que sea lo que sea que esté sucediendo, estoy estrechamente ligado a ello, "algo hice" pienso para mis adentros, pero no sé qué; mi razón es asaltada por un calmo e hipnótico arpegio de guitarra, acompañado de una onírica voz que narra lo inenarrable, o al menos lo que yo, en el estado en que me encuentro, jamás podré entender; decidido a saber qué está ocurriendo, tomo mi botella de whiskey, celosamente guardo mis sábanas y me dirijo hacia donde recuerdo que está mi hogar, mi refugio. Me entrego a la placentera sensación de un baño de agua caliente tocando cada parte de mi cuerpo entumecido por la incómoda brisa que buscó despertarme en más de una ocasión, un desayuno y quizás una lectura que por lo menos me ayude a fugarme de lo que ya empiezo a acariciar como la terrible realidad que me abunda. Sin embargo, al llegar a la calle donde mi refugio está ubicado, ni baño, ni desayuno, por el contrario, la ensoñada bienvenida ofrecida en mi causa se ve empañada por una dura y certera pedrada incrustada entre mi ceja y mi oreja que casi me deja inconsciente, pero que afortunadamente tiene un efecto inverso, pues me despierta lo suficiente para salir corriendo de ahí, con una turba moderada en proporción pero exacerbada en furia detrás de mí; de pronto, mi rostro se ilumina al sentir el roce del metal de las llaves de un auto en mi bolsillo, el problema será saber cuál es mi auto y, peor aun, dónde está mi auto.
         Mientras sigo corriendo, desesperadamente oprimo el botón de la alarma de dicho auto, pero sin éxito; creo que la turba ha disminuido su tamaño, pero no puedo correr el riesgo de relajar mi carrera para averiguar si el daño también será menor; paso por el cementerio y escucho un débil sonido a algunos metros de distancia, por lo que me dirijo hacia allá para encontrarme feliz ante la figura de un viejo y cálido Le Baron. Ahí estaba, dotado no sólo de cobijo para mí, sino de un tumulto de recuerdos que fungieron como un bálsamo para mi lastimada memoria, pero antes de entrar al auto, me detengo atónito ante la imagen de mi mochila de trabajo tendida ahí, entre las sepulturas, acompañada de un pico, una pala y una linterna a punto de extinguir su luz; lo desconcertante de la imagen radica en el hecho de que todo el conjunto está postrado frente a una especie de altar en honor a un sujeto llamado Jeff Gross, cuyo epitafio anuncia "Hijo putativo de Albert Einstein". ¿Por qué me suena familiar ése nombre? No recuerdo recientemente haber conocido, hablado o estado con un Jeff Gross; sin embargo, al revisar entre los objetos dentro de mi mochila, me llevaría la espeluznante sorpresa de encontrar una tarjeta con los datos de Jeff Gross y un mensaje que supongo proviene de su puño y letra, solicitando que lo contacte en cuanto la máquina esté disponible. ¿Será la máquina que imagino que es?... ¿Qué he hecho?
         Ya en el auto, conduzco hasta llegar al lugar que me hace sentir más lejos del disturbio, no importa en dónde esté, únicamente quiero alejarme de otro posible recibimiento como que el que tuve horas antes; trato de llegar hasta Brighton Beach, pero un oficial me indica que no es seguro estar cerca de la playa y al ver el estrépito con que se retuerce la marea, decido no poner resistencia y me alejo un poco, sólo un poco mientras comienzo a hilvanar recuerdos en mi mente… sé que no queda mucho tiempo, por una razón que ignoro, mi nariz comienza a sangrar y a pesar de mis intentos por detener la hemorragia, el creciente dolor de cabeza que ahora tiene lugar en mí sugiere que dicha hemorragia no es algo momentáneo; ante la noción de tener la capacidad de manejar el tiempo a mi antojo, es aterrador saber que tengo poco tiempo.
         Hace tres años que inicié mi proyecto más ambicioso y también el más fructífero en cuanto a dinero: una máquina del tiempo. Cuando la terminé, recuerdo haber sido el primero en probarla, visitando épocas que jamás había vivido, no con el fin de alterarlas, sino con la mera complacencia de ser un espectador de la vida en otros peldaños de la historia; después vino a mí la terrible idea de vender "boletos" a las personas, primero para poder admirar los distintos escenarios históricos, luego bajo la horrible promesa de poder ver una vez más a sus seres queridos que ya habían muerto; por ética profesional, no permitía que cualquiera pudiera conseguir dichos boletos, les hacía cualquier cantidad de evaluaciones y pruebas, para terminar convenciéndome de que estaba haciéndoles un bien; la fama y el dinero comenzaron a llegar y a acumularse, pero cuando todo parecía ser mejor que nunca, llegó éste sujeto, asistente de un tal J. Gross, argumentando que éste era profesor de historia contemporánea y que una visita a determinadas épocas le sería de gran ayuda para brindar una cátedra de mayor claridad y calidad; al parecer todo concordaba con lo mencionado por él, sólo que no llegaba a inspirarme plena confianza, pero la voluminosa suma de dinero que ofreció a cambio de hacer uso de mi invento, bastaba para persuadir a cualquiera. Luego de recibir su recado, me puse en contacto con él para que un fin de semana completo hiciera uso de mi máquina, por lo que dejé una autorización firmada para que ingresara al laboratorio, pero nunca lo vi en persona.
         Sigo sin poder recordar claramente lo que sucedió después, pero por el crescendo de los tambores que se unen al sonido de la guitarra en mi cabeza, me recuerda una vez más que tengo poco tiempo como para reparar en vanos intentos por recordar a Gross o a su asistente; de entre los objetos que hay dentro de mi mochila, extraigo una carpeta con información suficiente para saber cuál podría ser la identidad y la verdadera intención de Gross y, de no saber con certeza cuál era ésa intención, al menos sé ahora que tengo que llegar hasta la máquina y cuento con tres opciones: regresar en el tiempo hasta el momento que inventé ésa máquina y destruirla, regresar y detenerlo antes de hacer uso de la máquina o viajar a 1944 que es el año exacto que según sus colaboradores, era el que más despertaba inquietud en él.  Así que debía llegar al laboratorio y viajar a ése año, al lugar en donde está ubicada mi casa, pero ¿por qué a mi casa y no a la de Gross? Si la intención era detenerlo y acaso acabar con él, ¿no sería mejor viajar hasta su casa? Sigo sin entenderlo, pero me guío en la información contenida en la carpeta. Antes de poder seguir pensando, escucho murmullos fuera de mi auto, así como el golpeteo de nudillos en mi ventana; sin saber exactamente qué sucede afuera, el mismo oficial que me sugería alejarme minutos antes, me pide que baje la ventanilla y le muestre mis documentos; aturdido, apenas se los doy y ya una mujer comienza a gritar "¡es él, oficial!"… sería un estúpido si me quedo ahí para averiguar quién soy, sólo sé que no quiero ser yo un minuto más.
         Creo que arruiné el motor de mi auto, pero eso ya no importa, estoy dentro de mi máquina, con tan sólo un escritorio bloqueando la entrada a mi laboratorio y resistiendo los embates de mis innumerables y desconocidos enemigos; para cuando ellos logran derribar mi barricada, yo ya estoy en camino a 1944, una vez más, a explorar los anales de la historia o, quizás, a destruir la historia misma, seguramente no toda la historia, pero afortunadamente, sí mi historia. Al abrir los ojos y darme cuenta de que el ruido afuera del laboratorio ha disminuido, sé que estoy en el destino que me determiné a seguir por encima de las otras dos opciones, dado que si regresaba y destruía mi máquina, corría el riesgo de que si los daños causados por Gross no eran frenados, entonces no tendría alternativas para regresar y hacer algo al respecto; y puesto que desconocía el momento exacto en que él hizo uso de mi máquina, no podía dejar un margen de error tan amplio en mi viaje, pudiera ser que él no hiciera uso en todo el fin de semana que yo tenía previsto; la opción más viable era regresar al día marcado en los apuntes que conseguí de su investigación para saber qué había en ésa ubicación marcada por él que fuera tan importante y detener lo que fuera que tuviese pensado hacer en ése momento. Mientras tanto, el ritmo de tambores y guitarras va en aumento, hasta llevarme al frenesí al tiempo que ésa voz onírica suena sardónica, cínica, mordaz.
         Y ahí estaba yo, el 15 de marzo de 1944, sin saber qué encontraría al subir por las escaleras; escuchaba ruidos y de pronto unos pasos que se deslizaban con sigilo, deteniéndose de golpe al parecer a un costado de la puerta que daba con la habitación que estaba arriba; tomé un tubo por mera precaución, como quien estúpidamente se ase de un crucifijo sólo por temer encontrarse con el mismísimo Satanás frente a frente, me dispongo a subir pero mi corazón abarrotado por el ruido de los tambores apuesta ahora en mi contra; en todo acto que requería de un poco de suspicacia y valentía, todos apostaban siempre a mi fracaso, todos, incluido yo.
         Abro la puerta lentamente, la habitación está vacía con excepción de una especie de máquina disparadora de rayos láser y una pizarra colmada de ecuaciones y notas que a primera vista no logro entender, pero en cuanto veo las palabras "agujero negro" siento cada pelo de mi cuerpo erizándose lentamente; más aun, cuando hago una ligera observación de todo el entorno, siento mi cuerpo languidecer al darme cuenta de que es precisamente la planta baja de mi casa en donde me encuentro; cuando apenas empiezo a sentir la gran confusión que se me genera, escucho un ruido detrás de mí, volteo, pero es demasiado tarde, ya un sujeto me ha derribado al asestarme tremendo golpe sobre la quijada, ante lo cual mi cuerpo se derrumba. Sé que no he quedado del todo inconsciente, pues alcanzo a escuchar a la máquina activarse, mientras el tipo que me ha derribado posa de espaldas a mí, arreglando lo que parece que es la maravilla que hace dicha máquina; apenas le escucho murmurar: "Idiota, no te das cuenta de que estoy salvándonos, éste agujero negro se llevará consigo la máquina infernal que creaste y todo lo que alrededor se encuentra… es la única forma… es la única forma, Gross".
         Apenas si veo su rostro disolverse cuando todo se ha conjugado para elevar mi angustia: su rostro, el latido de mi corazón, los truenos que se producen junto con un ominoso círculo negro que ya empieza a crecer en la habitación y el incesante sonido de los tambores, la guitarra, la voz, el violín… mi cuerpo y el de él siendo succionados por ése portal indescriptible… todo ha terminado…
         De pronto, una voz desconocida me despierta, me sacude diciéndome: "tremenda canción, ¿no Jeff?".
¿Tremenda canción? ¿Jeff? Estoy rodeado de personajes con la mirada perdida, hippies, bailando al ritmo de la música ejecutada por un joven Lou Reed y una jovial e inmejorable versión de The Velvet Underground interpretando "Heroin", todo parece haber terminado, pero mi nariz no para de sangrar y siento que en cualquier momento voy a desvanecerme; aunado a esto, no entiendo por qué el sujeto a mi lado me ha llamado Jeff, por qué el tipo de la máquina que hizo el agujero negro me dijo Gross, y sobretodo, ¿a qué se refería con que estaba salvándonos?
         No sé si él consiguió salvarse, pero estoy seguro de que yo estoy condenado, y bien condenado, pues aunque siempre he disfrutado ésta canción, no se supone que esté yo aquí escuchándola, no en vivo, pues yo, no nací sino hasta 1988...

viernes, 11 de marzo de 2011

La música no está hecha para ser escuchada


Pig (comió Pillemce)

La música no está hecha para ser escuchada, ni siquiera para ser reinterpretada. Debe de entenderse como otra sensación más, que el cuerpo emana en esos momentos de ironía o de paz, de felicidad o melancolía, de vitalidad o debilidad y que suceden así, como generación espontánea pero bien articulada, con un propósito único pero jamás intercambiable, cuando es necesario expresarse.

No es cierto que cualquier individuo nace, se reproduce y muere, no es cierto. Cada uno está aquí en este mundo, para embellecerse y formarse de acuerdo a lo que dicta la cosmogonía musical en general. He aquí el primer principio de la vida en general.
Aquel individuo que nace; retoma y explota los elementos sonoros que va conociendo a lo largo de su efímera existencia para darse identidad, para ser y posteriormente hacer a los demás, para aportar a la comunidad. Cada uno lo hace, por su necesidad de agregar al colectivo el espíritu que genera su conciencia y así, dejar su huella.
La intransigencia de algunos por imponer su ideal y así lograr su bienestar, trae consigo que las sociedades se vean marcadas por una temporalidad musical. La moda no es más que la explotación de las buenas ideas que se ven reducidas a la sencillez, a esa particular fórmula simplista cargada de pendejez, que acarrea masas y que por alguna razón estas no desarrollaron la facultad de clasificar “lo que es” y lo que “debiera ser”.
He aquí el sentido, la razón pues, de mantener esa vibra intacta, aquella sensación que surgirá de sus mentes para el mero disfrute y que brindará lo necesario para caminar por esas calles que estarán pavimentadas con el material que uno mismo se vaya creando al paso. 
Entendamos que la identidad es diferenciación y esto al final se transforma en autoritarismo, en imposición del uno sobre el otro; del que “es mejor o peor”. No es así. Cuando el mundo comprenda que no es necesario ser diferente sino, ser uno mismo para sí y para los demás, podremos observar el verdadero espectro que la vida misma proyecta tras de sí.
Para crecer hay que conocer y para conocer hay que explorar… “experimentar” y para experimentar hay que abrirse  a aquellas ondas que parecen recónditas, que parecen escondidas en la historia, en aquel rincón donde la intransigencia cataloga a los demonios que en realidad están ahí para embellecer el alma.
La música está hecha para ser asimilada.

Pa´ probar, un clásico enlatado ...

Pig (comió Toxcituzin)

Can - Tago Mago (1970)