martes, 15 de marzo de 2011

Nacido en 1988

PIG (tomó Rulium)

>>Ésta historia está inspirada en un sueño provocado por la siguiente canción...


El vuelo desesperado de los pájaros que vorazmente buscan refugio entre los aires me despierta; el aire es frío, muy frío y desolador, un aire empujado por el torrente humano que agónico corre entre las calles que de niño me vieron correr hacia la gloria; me levanto de mi cama de concreto, de cuya miseria ni mis finas sábanas del New York Times me pueden resguardar; así es, tengo que enfrentar la inexpugnable verdad: estoy en la miseria, como la piltrafa miserablemente humana que soy.
         ¿De qué corre éste torrente?, y más relevante aún: ¿hacia dónde corre? Basta con mirar al cielo desalentador para saber que las cosas están peor que cuando el sueño inducido por el alcohol me venció anoche, aunque por la oscuridad que inunda mi despertar, no estoy plenamente seguro de que ya sea de día; aun cuando una anciana desesperada me grita que más vale alejarse de ahí antes de que vuelva a caer la noche, sigo sin convencerme, aturdido por una especie de resaca del alma.
         Tardo al menos unos diez minutos en caer en cuenta de que sea lo que sea que esté sucediendo, estoy estrechamente ligado a ello, "algo hice" pienso para mis adentros, pero no sé qué; mi razón es asaltada por un calmo e hipnótico arpegio de guitarra, acompañado de una onírica voz que narra lo inenarrable, o al menos lo que yo, en el estado en que me encuentro, jamás podré entender; decidido a saber qué está ocurriendo, tomo mi botella de whiskey, celosamente guardo mis sábanas y me dirijo hacia donde recuerdo que está mi hogar, mi refugio. Me entrego a la placentera sensación de un baño de agua caliente tocando cada parte de mi cuerpo entumecido por la incómoda brisa que buscó despertarme en más de una ocasión, un desayuno y quizás una lectura que por lo menos me ayude a fugarme de lo que ya empiezo a acariciar como la terrible realidad que me abunda. Sin embargo, al llegar a la calle donde mi refugio está ubicado, ni baño, ni desayuno, por el contrario, la ensoñada bienvenida ofrecida en mi causa se ve empañada por una dura y certera pedrada incrustada entre mi ceja y mi oreja que casi me deja inconsciente, pero que afortunadamente tiene un efecto inverso, pues me despierta lo suficiente para salir corriendo de ahí, con una turba moderada en proporción pero exacerbada en furia detrás de mí; de pronto, mi rostro se ilumina al sentir el roce del metal de las llaves de un auto en mi bolsillo, el problema será saber cuál es mi auto y, peor aun, dónde está mi auto.
         Mientras sigo corriendo, desesperadamente oprimo el botón de la alarma de dicho auto, pero sin éxito; creo que la turba ha disminuido su tamaño, pero no puedo correr el riesgo de relajar mi carrera para averiguar si el daño también será menor; paso por el cementerio y escucho un débil sonido a algunos metros de distancia, por lo que me dirijo hacia allá para encontrarme feliz ante la figura de un viejo y cálido Le Baron. Ahí estaba, dotado no sólo de cobijo para mí, sino de un tumulto de recuerdos que fungieron como un bálsamo para mi lastimada memoria, pero antes de entrar al auto, me detengo atónito ante la imagen de mi mochila de trabajo tendida ahí, entre las sepulturas, acompañada de un pico, una pala y una linterna a punto de extinguir su luz; lo desconcertante de la imagen radica en el hecho de que todo el conjunto está postrado frente a una especie de altar en honor a un sujeto llamado Jeff Gross, cuyo epitafio anuncia "Hijo putativo de Albert Einstein". ¿Por qué me suena familiar ése nombre? No recuerdo recientemente haber conocido, hablado o estado con un Jeff Gross; sin embargo, al revisar entre los objetos dentro de mi mochila, me llevaría la espeluznante sorpresa de encontrar una tarjeta con los datos de Jeff Gross y un mensaje que supongo proviene de su puño y letra, solicitando que lo contacte en cuanto la máquina esté disponible. ¿Será la máquina que imagino que es?... ¿Qué he hecho?
         Ya en el auto, conduzco hasta llegar al lugar que me hace sentir más lejos del disturbio, no importa en dónde esté, únicamente quiero alejarme de otro posible recibimiento como que el que tuve horas antes; trato de llegar hasta Brighton Beach, pero un oficial me indica que no es seguro estar cerca de la playa y al ver el estrépito con que se retuerce la marea, decido no poner resistencia y me alejo un poco, sólo un poco mientras comienzo a hilvanar recuerdos en mi mente… sé que no queda mucho tiempo, por una razón que ignoro, mi nariz comienza a sangrar y a pesar de mis intentos por detener la hemorragia, el creciente dolor de cabeza que ahora tiene lugar en mí sugiere que dicha hemorragia no es algo momentáneo; ante la noción de tener la capacidad de manejar el tiempo a mi antojo, es aterrador saber que tengo poco tiempo.
         Hace tres años que inicié mi proyecto más ambicioso y también el más fructífero en cuanto a dinero: una máquina del tiempo. Cuando la terminé, recuerdo haber sido el primero en probarla, visitando épocas que jamás había vivido, no con el fin de alterarlas, sino con la mera complacencia de ser un espectador de la vida en otros peldaños de la historia; después vino a mí la terrible idea de vender "boletos" a las personas, primero para poder admirar los distintos escenarios históricos, luego bajo la horrible promesa de poder ver una vez más a sus seres queridos que ya habían muerto; por ética profesional, no permitía que cualquiera pudiera conseguir dichos boletos, les hacía cualquier cantidad de evaluaciones y pruebas, para terminar convenciéndome de que estaba haciéndoles un bien; la fama y el dinero comenzaron a llegar y a acumularse, pero cuando todo parecía ser mejor que nunca, llegó éste sujeto, asistente de un tal J. Gross, argumentando que éste era profesor de historia contemporánea y que una visita a determinadas épocas le sería de gran ayuda para brindar una cátedra de mayor claridad y calidad; al parecer todo concordaba con lo mencionado por él, sólo que no llegaba a inspirarme plena confianza, pero la voluminosa suma de dinero que ofreció a cambio de hacer uso de mi invento, bastaba para persuadir a cualquiera. Luego de recibir su recado, me puse en contacto con él para que un fin de semana completo hiciera uso de mi máquina, por lo que dejé una autorización firmada para que ingresara al laboratorio, pero nunca lo vi en persona.
         Sigo sin poder recordar claramente lo que sucedió después, pero por el crescendo de los tambores que se unen al sonido de la guitarra en mi cabeza, me recuerda una vez más que tengo poco tiempo como para reparar en vanos intentos por recordar a Gross o a su asistente; de entre los objetos que hay dentro de mi mochila, extraigo una carpeta con información suficiente para saber cuál podría ser la identidad y la verdadera intención de Gross y, de no saber con certeza cuál era ésa intención, al menos sé ahora que tengo que llegar hasta la máquina y cuento con tres opciones: regresar en el tiempo hasta el momento que inventé ésa máquina y destruirla, regresar y detenerlo antes de hacer uso de la máquina o viajar a 1944 que es el año exacto que según sus colaboradores, era el que más despertaba inquietud en él.  Así que debía llegar al laboratorio y viajar a ése año, al lugar en donde está ubicada mi casa, pero ¿por qué a mi casa y no a la de Gross? Si la intención era detenerlo y acaso acabar con él, ¿no sería mejor viajar hasta su casa? Sigo sin entenderlo, pero me guío en la información contenida en la carpeta. Antes de poder seguir pensando, escucho murmullos fuera de mi auto, así como el golpeteo de nudillos en mi ventana; sin saber exactamente qué sucede afuera, el mismo oficial que me sugería alejarme minutos antes, me pide que baje la ventanilla y le muestre mis documentos; aturdido, apenas se los doy y ya una mujer comienza a gritar "¡es él, oficial!"… sería un estúpido si me quedo ahí para averiguar quién soy, sólo sé que no quiero ser yo un minuto más.
         Creo que arruiné el motor de mi auto, pero eso ya no importa, estoy dentro de mi máquina, con tan sólo un escritorio bloqueando la entrada a mi laboratorio y resistiendo los embates de mis innumerables y desconocidos enemigos; para cuando ellos logran derribar mi barricada, yo ya estoy en camino a 1944, una vez más, a explorar los anales de la historia o, quizás, a destruir la historia misma, seguramente no toda la historia, pero afortunadamente, sí mi historia. Al abrir los ojos y darme cuenta de que el ruido afuera del laboratorio ha disminuido, sé que estoy en el destino que me determiné a seguir por encima de las otras dos opciones, dado que si regresaba y destruía mi máquina, corría el riesgo de que si los daños causados por Gross no eran frenados, entonces no tendría alternativas para regresar y hacer algo al respecto; y puesto que desconocía el momento exacto en que él hizo uso de mi máquina, no podía dejar un margen de error tan amplio en mi viaje, pudiera ser que él no hiciera uso en todo el fin de semana que yo tenía previsto; la opción más viable era regresar al día marcado en los apuntes que conseguí de su investigación para saber qué había en ésa ubicación marcada por él que fuera tan importante y detener lo que fuera que tuviese pensado hacer en ése momento. Mientras tanto, el ritmo de tambores y guitarras va en aumento, hasta llevarme al frenesí al tiempo que ésa voz onírica suena sardónica, cínica, mordaz.
         Y ahí estaba yo, el 15 de marzo de 1944, sin saber qué encontraría al subir por las escaleras; escuchaba ruidos y de pronto unos pasos que se deslizaban con sigilo, deteniéndose de golpe al parecer a un costado de la puerta que daba con la habitación que estaba arriba; tomé un tubo por mera precaución, como quien estúpidamente se ase de un crucifijo sólo por temer encontrarse con el mismísimo Satanás frente a frente, me dispongo a subir pero mi corazón abarrotado por el ruido de los tambores apuesta ahora en mi contra; en todo acto que requería de un poco de suspicacia y valentía, todos apostaban siempre a mi fracaso, todos, incluido yo.
         Abro la puerta lentamente, la habitación está vacía con excepción de una especie de máquina disparadora de rayos láser y una pizarra colmada de ecuaciones y notas que a primera vista no logro entender, pero en cuanto veo las palabras "agujero negro" siento cada pelo de mi cuerpo erizándose lentamente; más aun, cuando hago una ligera observación de todo el entorno, siento mi cuerpo languidecer al darme cuenta de que es precisamente la planta baja de mi casa en donde me encuentro; cuando apenas empiezo a sentir la gran confusión que se me genera, escucho un ruido detrás de mí, volteo, pero es demasiado tarde, ya un sujeto me ha derribado al asestarme tremendo golpe sobre la quijada, ante lo cual mi cuerpo se derrumba. Sé que no he quedado del todo inconsciente, pues alcanzo a escuchar a la máquina activarse, mientras el tipo que me ha derribado posa de espaldas a mí, arreglando lo que parece que es la maravilla que hace dicha máquina; apenas le escucho murmurar: "Idiota, no te das cuenta de que estoy salvándonos, éste agujero negro se llevará consigo la máquina infernal que creaste y todo lo que alrededor se encuentra… es la única forma… es la única forma, Gross".
         Apenas si veo su rostro disolverse cuando todo se ha conjugado para elevar mi angustia: su rostro, el latido de mi corazón, los truenos que se producen junto con un ominoso círculo negro que ya empieza a crecer en la habitación y el incesante sonido de los tambores, la guitarra, la voz, el violín… mi cuerpo y el de él siendo succionados por ése portal indescriptible… todo ha terminado…
         De pronto, una voz desconocida me despierta, me sacude diciéndome: "tremenda canción, ¿no Jeff?".
¿Tremenda canción? ¿Jeff? Estoy rodeado de personajes con la mirada perdida, hippies, bailando al ritmo de la música ejecutada por un joven Lou Reed y una jovial e inmejorable versión de The Velvet Underground interpretando "Heroin", todo parece haber terminado, pero mi nariz no para de sangrar y siento que en cualquier momento voy a desvanecerme; aunado a esto, no entiendo por qué el sujeto a mi lado me ha llamado Jeff, por qué el tipo de la máquina que hizo el agujero negro me dijo Gross, y sobretodo, ¿a qué se refería con que estaba salvándonos?
         No sé si él consiguió salvarse, pero estoy seguro de que yo estoy condenado, y bien condenado, pues aunque siempre he disfrutado ésta canción, no se supone que esté yo aquí escuchándola, no en vivo, pues yo, no nací sino hasta 1988...

No hay comentarios: