jueves, 31 de marzo de 2011

Sábado, diabólico sábado

Nota uno: la opinión sobre las bandas mencionadas a continuación es una mera percepción personal del autor de ésta reseña y no pretende ofender o infravalorar el trabajo de dichas bandas y sus miembros, el cual es muy respetable.
Nota dos: esto va dedicado a todos aquellos asiduos del stoner rock en México y por supuesto, a quienes hicieron posible la noche del 26 de marzo aquí citada, desde bandas hasta compañeros de juerga.


Pig (tomó Rulium)

Andando uno acostumbrado a la juerga y con un ánimo presto constantemente al regocijo y la camaradería, lo que menos viene importando es la sede que habrá de acoger a los más intempestivos apetitos, como aquel que se genera al encontrarse vagando en el cibermundo y leer "Stoner Explosion 5", recordando que ya se estuvo en la versión anterior de tan exquisito festín, es más, con el simple hecho de ver la palabra "Stoner" ya andaba yo haciendo uso de una gula cual mosca entre los desechos; el cartel lucía prometedor, pero el encabezado fue lo que magnetizó mis ojos por alrededor de cinco segundos; ahí estaba el nombre de la banda principal, leyenda viviente y pilar en México de lo que hoy se conoce, ya en su completitud, como stoner rock: El Diablo.

Entenderán ustedes, respetables lectores, que siendo yo un caguengue de apenas veintitrés inviernos, aún se me presentan bastantes "primeras veces" y ésta era una de ellas, la primera vez que vería a El Diablo en vivo y a todo fulgor, y como les iba yo planteando, lo de menos era el lugar, más aun cuando se tratara del Multiforo Alicia, pintoresco agujero que en algún tiempo mis padres tacharan de refugio de los renegados y los relegados… ¡bah! ¡Pinches fresas!, digo ahora cuando recuerdo sus palabras, pues luego de dos o tres veces de haber pasado asistencia en el citado recinto, ante mis ojos ya El Alicia (como lo conocemos sus cuates) había dejado caer su carácter mítico para mostrar orgulloso su desnudez de lugar místico; vaya, El Alicia cuenta con todas las credenciales para poder ser acreditado incluso como un sitio de mala muerte, ¡salud por eso!, pues irónicamente, es en los lugares y actividades llamados de mala muerte donde uno puede darse la buena vida; cierto es que al igual que muchos otros puntos de reunión, el abanico urbano que se puede apreciar hoy en día en El Alicia es tan amplio como el menú que ofrece la narcotiendita de la esquina, El Alicia tiene de todo y para todos pues, pero a fin de cuentas no es la materia que nos ocupa, lo importante, apreciables lectores, es que ahí andaba yo, acompañado de mi chica y cuatro entrañables asiduos al delicioso coctel preparado con rock de alto octanaje y alcohol, listos y puestos para saborear aquel manjar que se anunciaba en el menú del número 91-A de la Avenida Cuauhtémoc; así pues, vamos entrando en tonos.

Hay que aclarar algo:  a toda reunión o evento, siempre es bueno manejar con carácter intermedio la cuestión de la puntualidad, pues si bien queda mal parado aquel que llega a unos minutos de que termine el festín, queda igual o peor el que está desde minutos antes de que inicie  todo, por lo que, apegándonos a tal premisa y habiendo tenido que sortear algunos contratiempos, arribábamos al Alicia para cuando Goatzilla daba los toques finales a su posterior actuación; ahora, si bien la banda brindó todo de sí sobre el escenario, me parece que son una víctima más de la delgada línea que separa al hard rock del stoner rock, línea que ya ha hecho caer en su territorio a más de una banda dispuesta a entrarle con todo al stoner, pero aun así estos señores que antes se hacían llamar Desert Stone, fincaron en nosotros la deuda espiritual que contraíamos en ése momento con El Alicia: hospedaje, bebida y escena a cambio de presteza para no salir del lugar sin haber recibido al menos media estocada entre la razón y el instinto, o lo que es lo mismo: salir convertidos en mitad humanos, mitad bestias, puestos a merced de Satanás y sus cortesanos.

Hace calor, a diferencia de la edición anterior del Stoner Explosion, donde más de uno entró con mayor certeza de que se refugiaría del frío de la calle que de que gozaría el espectáculo que se ofrecía; momento más que idóneo para una cerveza que nos quitara el exquisito sabor amargo de los cigarros que acabábamos de incinerar; sobre el escenario, unos bien curtidos Dirty Woman comenzaban a tomar protesta de la autoridad que los dioses del rock les habían conferido ésa noche, abusando sin más preámbulo de ella para beneplácito de los asistentes, quienes dispuestos a no salir del Alicia en números rojos, dejábamos los tímpanos al aire libre para que se orearan con los vientos despedidos de monitores y amplificadores, sin embargo, tal como las veces anteriores que escuché a Dirty Woman, hay algo que me hace recordar al Iron Maiden de la época de Paul di Anno; digamos que si ése día Dirty Woman se hubiera jugado la vida y la única forma de salvarse fuera el deleite que su música y sólo su música pudiera generar entre la concurrencia, Dirty Woman habría salido bien librado sin problema alguno.

Para éste momento la hora es lo de menos, y no sólo para éste momento, sino para toda ronda nocturna emprendida decididamente como la de éste sábado; aún hay gente que llega, sin importar si se perdieron del entremés, reconozco entre los recién llegados a una ex compañera de martirio académico, pero ni la mínima intención de celebrar el reencuentro por parte de cualquiera de los dos bandos, ¿para qué?, si al fin ambos sabemos que una vez instalados en la planta alta formaremos parte de una misma secta, aquella cuyos miembros hemos accedido a ser testigos de la más dura prueba que una llamada banda de rock pueda enfrentar: ser una banda de stoner rock; pudiera pensarse que el lugar está medio vacío por la hora, pero eso es algo que fatuamente diría algún zopenco de mente cuadrada, cuya cortísima, por no decir ausente, visión metafísica no le da lo suficiente para saber que por ahí entre ésa parejita que degusta tremendo ensalivado con todo (y para comer aquí), seguro que anda Layne Staley, o que los espíritus de los miembros de El Ritual y Ciruela andan por ahí dándole gusto a las retinas con las novedades que el mercado de féminas ofrece; inclusive el espíritu de Tony Iommi, que ha dejado a su portador tomando el rocío de la mañana en alguna mansión en Birmingham o vayan ustedes a saber dónde, se ha dado cita ésta noche en el Alicia, pues igual que muchos otros de los asistentes, ha escuchado el rumor de que el tema de tesis de El Diablo habrá de causar polémica en las altas esferas del rock: invocación de dioses guitarrísticos de ébano (teoría y práctica).

Basta con que un imponente y aclamado "Patas" se acaricie por segunda ocasión la barba mientras lanza miradas de complicidad a Fernando y Víctor, con caras de "no nos va a rendir éste cuartito", para que las primeras palabras de la guitarra y el bajo se dejen escuchar por todo el recinto, y es que, han de saber ustedes respetables lectores, que para poder apreciar con plena propiedad el stoner rock, es necesario dominar el lenguaje de las cuerdas, dominio gracias al cual pude escucharles decir de manera mordaz y haciendo alarde de extrema seguridad en sí mismas: "¡vamos a desmadrar éste lugar!". De repente se asomaba uno que otro aroma castigado, pero eso sólo hacía que en el lugar imperara un ambiente de complicidad, pues ya de pronto nos encontrábamos propios y extraños mirándonos con caras de "de aquí no sale nada, ¿eh?" (y, sin embargo, heme aquí de pinche chismoso), pero los exponentes sobre el escenario apenas empezaban a calentar falanges y los asistentes acomodábamonos en nuestras respectivas nubes para iniciar el viaje de alrededor de quince minutos que una canción, Mirror Love, presentada por sus inventores como una pieza intencionalmente creada a semejanza del sonido de Su Majestad Kyuss, invitaba con lujo de guía de recorrido y aún había más…

Una chica al fondo se mira los dedos como preguntándose por qué no le responden, mientras a un lado de la barra una chica embarazada le empina ya su tercera León al niño para que de una vez se duerma y la parejita que hasta hace unos momentos se hacía acompañar por Layne Staley ha ordenado de plato fuerte un Faje al mojo de ojos; el poco extranjerismo que quedaba entre la concurrencia ha sido ya echado a patadas del lugar para hacerle cancha a compadrazgos y cabrones; de repente, un ligero silencio, lo suficientemente reverente para mostrar nuestro asombro cuando el vocero del Diablo hace ya la atenta invocación al dios de dioses, el amante preferido de las Stratocaster: Jimi Hendrix, amo y señor de la maroma mental a seis cuerdas, cuya protección y compañía habríamos de gozar por el resto del espectáculo. ¿Para qué les cuento si al final ni me van a creer lo que sucedió en ése momento, respetables lectores?, pero tengan la certeza de que hablo con la verdad cuando les digo que al menos unas tres cuartas partes de los asistentes aprovechamos la oportunidad que ante nosotros ponían El Diablo y Su Ilustrísima de poder cruzar cuantas dimensiones se nos hincharan los sesos, terminando de romperle la madre a la reducida noción del tiempo que quedaba en nuestras mentes; pensarán ustedes que lo que les comparto no es sino una mera travesía inducida por alguna sustancia psicotorcedora, pero no, lo que aquí he narrado es simplemente el mérito que le valió a El Diablo su título indiscutible como el mejor exponente del stoner rock en éstas tierras: lograr hablarle a las almas en el lenguaje ancestral de las cuerdas ásperas y crudas para decirles "sean ustedes bienvenidas a ésta, su humilde pacheca". De súbito, el examen había concluido y cualquiera pudiera decir que fue el final menos propicio para tan brillante noche, pero El Diablo sabe que en el rock, como en las artes amatorias, siempre es mejor dejar al prójimo deseando más.

Fue así como la comitiva con la que había yo llegado, se dispuso a partir, no sin antes capturar los codiciados recuerdos que nos acreditarán por siempre como testigos presenciales de un ritual bien llevado a cabo; así pues, nos apoderamos de las calles, empapados en endorfinas y sedientos de combustible, con las baterías a tope para resistir la perra noche y prestos a prepararnos para el siguiente encuentro, pues quienes nos hemos trenzado una primera, segunda o tercera vez con El Diablo a pedradas, cargaremos con el irreversible deseo de tomar una probadita más y ya.

Víctor, totalmente poseído
El Diablo, en el cabello del Patas
      



                              
                                     Fernando, invocando a Satanás

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