domingo, 17 de julio de 2011

Paso en falso a tres tonos. Pt. 2

II. “Amor violento

Pig (tomó Rulium)

La conocí una noche de aquellas que uno de antemano sabe que no puede llamar “cualquiera”, ahí estaba con aparente indiferencia, sentada sobre las piernas de ése camarada que se levanta y hasta con abrazo me saluda; siempre imaginé un momento así con el canto disperso de las sirenas como música de fondo, pero no –aun hoy, luego de tanto tiempo transcurrido desde la noche narrada, no puedo evitar reírme de la escena, ¡ja ja ja y más ja!-, decía yo que no fue así, no hubo canto disperso y los asistentes distaban mucho de ser sirenas, sin embargo, la música de fondo estuvo a cargo de Los Tres, con Álvaro Enríquez a medio coro –parfait-, creo que una riña entre dos viejos amigos tenía lugar en ése mismo instante, pero a mí me venía importando un pito, pues ahí estaba yo a un extremo de la habitación, buscando en qué plática colarme, cuando topé con su mirada de frente, en el otro extremo, como si tratara de leerme la mente mientras yo intentaba aprehender toda la imagen: su cabello de ausente luz, sus labios de mucha conversación y poca palabrería, un punto luminoso a mitad de su rostro, y sus ojos –¡en verdad son Los ojos!-, esos ojos que sigo batallando por reproducir con exactitud en mi mente… un aquelarre de la belleza “cantándome un tiro” abiertamente (♫gastaría toda mi vida… y máaaaas♫).
 Todo lo que sucede en el entorno viene a pasar a segundo término, puede ser que haya platicado algo con alguien aquella noche, si fue así honestamente no lo recuerdo; en mí no hay palabras, en ella tampoco, en momentos así los ojos son adultos y los labios niños, y ambos sabemos que los niños no deben meterse en pláticas de grandes; por si fuera poco, el solo de guitarra de Ángel Parra viene a poner las cabriolas sobre el perro. Llego a quedarme inmóvil y sin saber cuál es el siguiente paso que marca el protocolo social para estos casos, además estoy bastante oxidado en estas cuestiones, “¿todavía se usará el ‘hola’?” me pregunto. Pero definitivamente, por protocolo o no, por ética tal vez, siempre respeto a la acompañante de un camarada.

Me complazco en intercambiar una o dos miradas más, pero es todo, no intentaré algo más y al parecer ella tampoco, así que opto por enterarme de los motivos y el desenlace de la riña entre los dos amigos, “ya que quiten a Los Tres”, digo, y al final termino por darle poca importancia al asunto de la riña, regreso a mi lugar, ya con otros ritmos y una nueva cerveza, por supuesto, pero me encuentro de nueva cuenta con aquélla mirada, inquisitiva, con la frialdad de quien pronto habrá de matar cuerpo a cuerpo a un inocente sin la menor sensación de culpa. Pasa algo que enciende las señales de alerta: me cambio de lugar y al notar que no la tengo a la vista, empiezo a buscar ansiosamente su mirada; luego de esto, el silencio aturde mi cerebro, observo a todos hablando pero no escucho, no puedo, trato de disimular llevándome la cerveza a la boca pero ya hace tres tragos que se terminó… algo ha pasado.

De repente, todo es interrumpido por apretones de manos, besos en la mejilla, abrazos y demás; ella, una amiga suya y los respectivos acompañantes, han anunciado que se retiran –para como estaban las cosas, yo debí haber hecho lo mismo-; veo que se despide, pero no de mí, me quedo callado y volteo a mi alrededor como buscando una explicación, quizá la haya, quizá no, pero hay algo seguro: ella tiene -siempre tiene- tiempo para una mirada más. Me desenvuelvo con estricto apego a nuestro acuerdo de “cero palabras”, pero involuntariamente levanto mi mano para moverla en señal de despedida mientras esbozo una sonrisita estúpida –ella también sonríe pero está lejos de parecer estúpida- y la veo salir de la habitación. “¿Por qué le sonreí?, debo haberme visto como un ñoño”, me reprocho. Las cosas han cambiado, ella ya no es acompañante de ése viejo camarada pero su presencia continúa; el entorno es poco alentador y -por conveniencia, no diré el lapso exacto- me limitaré a escribir que luego de “equis” tiempo y al escuchar nuevamente la canción que musicalizó aquél momento, puedo decir que le sonreí “porque un amor violento me deslumbró, un amor violento me fulminó”.

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