domingo, 17 de julio de 2011

Paso en falso a tres tonos. Pt. 3

III. “Again”

Pig (tomó Rulium)


El placer que me generan la presencia del peligro y el riesgo, ha sido a lo largo de mi vida una de mis mejores técnicas para meterme en problemas; me recuerdo en una ocasión durante mi niñez –cuando más de una persona habría jurado que era incapaz de meterme en problemas- en la que estuve a punto de incendiar mi cama: era un invierno, de aquellos duros y en ése entonces extraños en la ciudad; aunado a esto, siempre he sido sumamente frágil de salud y extremadamente friolento, por lo que, para procurarme una noche de sueño tranquilo, encendí una vela y la coloqué bajo mi cama, aun sabiendo que aquello podía terminar mal… tuve la suerte de que mi mamá pasara a ver que ya me había acostado, de lo contrario, ésta anécdota no se habría sabido más que a través de mi epitafio. En fin, cuando mi mamá me preguntó por qué había hecho semejante tontería, le contesté que no lo sabía, pero era obvio que lo hice para sentir calor, además de que siempre he sido un pirómano en potencia, sólo que ahora canalizo mi manía quemando tabaco y, de vez en cuando, mota.

Ahora bien, pasando a asuntos de otra índole, hubo una ocasión hace ya algunos años en que quedé profundamente encantado con una chica, llamémosle S, y bien pude haber dejado las cosas tal y como estaban, encerradas en el sótano de la resignación, pero no, me atreví a continuar con el número, a emprender la persecución y regodearme en la captura, a tener gustos y disgustos, salir -como decimos los adictos al juego- “tablas”, para finalmente descubrir un rasgo de mi persona que me acompaña hasta la fecha: soy fanático de los amores imposibles; me motiva la imposibilidad, me mueve a analizarla y me entrego de lleno a la sensación de estar liberando al amor de su cautiverio. Los amores imposibles me gustan tanto porque puedo adjudicármelos cínicamente como un placer: el placer de vivir.

Después de aquella noche anteriormente narrada, cometí una de las mejores tonterías –si no es la mejor- de mis épocas recientes. Luego de la primera vez, la volví a ver tres o cuatro ocasiones más, bajo las mismas condiciones, saludo-mirada-silencio-mirada-despedida, hasta el punto en que mi forzada indiferencia no podía ya subsistir. Al igual que como sucedió con S, bien pude haber dado la vuelta, dejar a cada quien con lo suyo y emprender la retirada, pero al igual que como sucedió con S, rompí decididamente el silencio y le busqué la conversación –no en persona, claro está; recordemos las limitaciones del amor imposible-; la consecuencia fue que, como en el refrán, “me salió el tiro por la culata”, pues si lo que me propuse al buscarla fue llegar al convencimiento de que nada había de extraordinario en ella, terminé por descubrir que era una mujer sui géneris; existió desde el inicio una gran confianza y una soltura de ésas que pocas veces se encuentran en la vida.

Como dije al principio, me río porque estoy atrapado, porque me acomoda el lugar en el que estoy; impuntual como soy, estar enredado en un amor imposible es sumamente placentero, ambos estamos conscientes de que no nos encontramos en condiciones de jugar a ser libertadores; es como llegar tarde a la fiesta, pues se sabe que habrá que aguantar ciertas incomodidades, pasar desapercibido, no saber el chiste por el que todos ríen, pero al final uno siempre saldrá airoso porque ha caído a la fiesta en pleno apogeo y ante semejante ambiente, el resto es puro beneficio (véngannos tus reinas).

Al amor imposible es mejor llegar tarde también, pues el resto es pura maniobra para alcanzarle el paso a la otra persona pero dictando el ritmo a seguir; quien inspiró éstas líneas (no esnifeables pero vaya si me han acelerado) ni siquiera sabe de su existencia, y es que, así actúa el asiduo a los amores imposibles, con el sigilo de un gato y la precaución –no torpeza- de un bailarín novato en la pista de un cabaret. Aquellos que compartan éste placer, estarán de acuerdo conmigo en que urdir un plan dentro de un amor imposible es como moverse sobre una cuerda floja: siempre hay que cuidarse de no dar un paso en falso. A veces es conveniente alejarse un poco entre víctima y victimario, entre victimaria y víctima, pero nunca hay que dejar de recordarle al otro que uno anda al acecho; ella lo sabe, sabe cuidar de sus presos y procura dar atisbos de su presencia para luego impedirme que le siga el rastro; yo lo sé y desaparezco del mapa nocturno para luego dedicarle algunos párrafos… ¿volveré a verla alguna vez? Dudo mucho que cualquiera de los dos sepa la respuesta, pero ésa es la médula de un amor imposible, la incertidumbre, la posibilidad de que nunca exista es lo que lo mantiene en pie; así seguirá hasta que se pueda disfrutar un cuarto fragmento de ésta historia, aunque para mi pequeño disgusto, en ése entonces ya no habrá pasos en falso sino pasos seguros… es por eso que me fascina el amor imposible.

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